Viaje al centro de la lluvia

Ilustración: Dzivot Skaistak


Es fácil, sólo consiste en echar a andar bajo el techo del cielo y escoger la nube que más nos apetezca. Bueno, también es importante que a la nube le caigamos en gracia porque las nubes, aunque nos parezcan simples y lejanas, también tienen sus gustos y no os creáis que es Hala! Aquí me planto y aquí me elevan!  Todo viaje tiene sus trucos y preparativos y el viaje al centro de la lluvia los requiere también.

Escoger un día plomizo. Uno de esos que parecen que pesan como si llevases sacos de piedra a cuestas. Y caminar. En la calle, en la playa, en el campo, en la montaña...O quizás hasta el remanso de un río y sentarte en su ribera viendo desfilar a las nubes en su reflejo sin que ellas te vean. Y no te verán, porque desde el cielo creerán que eres una de ellas, una más...Y entonces, cuando la veas pasar, justo a esa, alargarás tu mano hasta el agua casi rozándola mientras tus ojos descansan cerrados en esa imágen escogida, y si, ciertamente, le has caído bien, sentirás una oleada de suerte inundar tus mejillas. Estarás justo donde querías ir. Allí, donde se crean miles de gotas de lluvia. Verás que nacen de las más variadas emociones y sentimientos y que, cada una, inicia su propio viaje arrastrándolos con ellas para regar de vida todo lo que rocen. Porque ellas sí pueden tocarnos, sentirnos y al mismo tiempo que nos llenan, nos vacían por dentro de los más terribles tormentos.
Por eso sé que cuando desfilan debo estar alerta y esperar. Escoger y ser elegida.
Llover de fuera a adentro y viceversa.
Retroalimento.
Y volver a la vida.

De los muchos viajes sensoriales que me permito (de los otros uno o dos al año con mucha suerte y ahorro) sin duda el viaje al centro de la lluvia es el más sanador y emocionante de cuántos he hecho.









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